Sucedió el 14 de febrero de 1895, en aguas próximas al castillo de Santa Catalina.
En el año 1895, el fotógrafo don Luis Ojeda Pérez subió a lo alto de La Isleta y tomó dos fotografías, que juntas, ofrecen una vista panorámica de ensueño. En ellas la bahía de Las Palmas de Gran Canaria aparece salpicada de vapores y veleros, unos fondeados, otros atracados en el muelle. La Isleta aparece en primer término como un territorio virgen y sagrado, y destaca el castillo de la Luz, con una barca varada en su costado.
Si uno sigue la polvorienta y sinuosa carretera que atraviesa el istmo, encuentra en su camino al desaparecido castillo de Santa Catalina reposando sobre el marisco, y avanzando un poco más llega al barrio de los hoteles, en el que se identifica la característica silueta del hotel Bellavista, y muy cerca, la de la iglesia anglicana, construida en 1891. El viejo muelle de Las Palmas surge del mar a lo lejos, y tras él, aparece como un fantasma la vieja ciudad, con la oscura e imponente Catedral dominando el caserío.
Da la impresión de que Ojeda eligió para tomar estas fotografías un caluroso y despejado día, y dirigiendo la mirada hacia el centro de la isla, me atrevería a decir que castigado por algo de calima. Pero mi intención con este artículo no es hacer una descripción minuciosa de todo lo que ofrecen estas imágenes, en las que la bahía y el istmo presentan una estampa encantadora, a la par que irreconocible.
Lo que pretendo es que usted fije la mirada en un detalle que se encuentra en el mar, muy próximo al castillo de Santa Catalina. Allí encontrará la silueta incompleta de un vapor, y no por una aberración de la lente, o por efecto de la lejanía o la marea, sino por un accidente. Ese navío con la popa sumergida es el vapor noruego Coromandel.
El naufragio
El percance ocurrió el 14 de febrero de 1895, cuando el reloj marcaba las nueve y media de la noche. El Coromandel, un buque de bandera noruega botado en Inglaterra en 1870 y de 2.184 toneladas de desplazamiento, llegó a Gran Canaria procedente de Glasgow, y en sus bodegas transportaba un cargamento de hierro y carbón mineral cuyo destino era Río de Janeiro.
Las operaciones de leva en el Puerto de La Luz transcurrieron sin novedad alguna, y cuando estuvo listo partió con mar en calma y buen tiempo. El capitán, con el navío ya fuera del puerto y guiándose por la luz roja del dique, telegrafió al maquinista que poco a poco diese impulso hacia atrás a la hélice de estribor, y media máquina avante a babor. Pero según alegaría después el inexperto capitán, el maquinista no entendió sus órdenes e hizo lo contrario. Iniciada ya la maniobra, el barco varó de popa sobre el fondo arenoso de la playa próxima al castillo de Santa Catalina, por su parte norte.
Los prácticos acudieron en su ayuda, y en menos de dos horas los remolcadores consiguieron ponerlo a flote fondeándolo en la entrada del puerto. Toda una proeza, teniendo en cuenta la naturaleza de la carga y que el buque carecía de quilla. Pero a la una de la mañana el capitán avisó de que el barco estaba haciendo agua, y viendo que apenas tenía vapor en las calderas y que el hundimiento era inminente, pidió vararlo en la playa más cercana para salvar la carga. El práctico comprobó la importancia de la avería y atendió a su petición. El Coromandel fue remolcado sin demora hasta la misma playa donde había sufrido el accidente, pero esta vez al sur del castillo, como puede comprobarse en la fotografía de Ojeda.
El cable telegráfico
La mala suerte quiso que el casco del vapor noruego, al tocar fondo, partiera el cable submarino que comunicaba Gran Canaria con Lanzarote. El Diario de Tenerife, con claras intenciones de desacreditar nuestro puerto, relató el suceso de la siguiente manera: “Parece que el siniestro no tuvo por causa el mal tiempo sino el poco fondo del puerto, que en algunos sitios ofrece verdadero peligro para las embarcaciones, que no es ésta la primera vez que chocan en los bajos sufriendo averías más o menos considerables”.
El Diario de Las Palmas arremetió con un amplio artículo en el que se detallaba la verdadera causa del accidente, que no era otra que el error humano, y no las condiciones que ofrecía el puerto, que eran excelentes. El Diario de Las Palmasremató su columna con el siguiente párrafo: “Pero aquí se viene cumpliendo una ley; a medida que la prensa tinerfeña desacredita las ventajas del puerto de refugio, mayor es el número de vapores que lo visitan. ¡Y este es el dato más elocuente del resultado de tal propaganda!”
El vapor Dacia, de la Compañía India Rubber, llegó a Gran Canaria a mediados de abril de 1895 con el cable necesario para reparar la rotura. Don Abelardo de San Martín, oficial de Telégrafos, supervisó la reparación y la conexión telegráfica submarina con Lanzarote fue restablecida.
La subasta
Dado por perdido el Coromandel, ya no quedaba más que recuperar su valiosa mercancía y desmantelarlo. El 22 de febrero de 1895, a las 12 del mediodía, se llevó a cabo la subasta. Fue en el Viceconsulado de Suecia y Noruega, en el número 28 de la calle Travieso. Su carga consistía en 50 toneladas de hierro fundido en lingotes, 1.400 toneladas de carbón mineral y 700 más depositadas en las carboneras. Los interesados debían depositar antes del acto la cantidad de 500 pesetas.
El viernes 8 de marzo de 1895, en los almacenes de The Grand Canary Coaling, se realizó una segunda subasta. Reproduzco el anuncio publicado en el Diario de Las Palmas un día antes:
En 1914, el vapor británico Degama correría la misma suerte que el Coromandel, varando casi en el mismo sitio. Conoce su historia clicando aquí.
Fuente: https://bit.ly/2EPhEVx