Los mascarones de proa, llamados también fantasmones, eran adornos que llevaban los barcos en la roda, bajo el bauprés. Cumplían en su momento distintas funciones: religiosas, de identificación e incluso defensivas, pero no dejaban de ser figuras arrogantes y rígidas utilizadas como ornatos. Soportaban los embates del mar, las condiciones climatológicas, los ataques y todo aquello que la navegación le pusiera por la proa; solían ser los primeros en sufrir las consecuencias y avatares de aquel medio.
Los mascarones políticos suelen ser colocados al frente de determinadas instituciones y actúan como verdaderos giróscopos que giran alrededor de su valedor, manteniendo o cambiando la orientación de los temas, cuyo contenido suele envolver intereses pecuniarios en función de las fuerzas externas existentes.
Toda esta amalgama de influencias las canaliza el jefe político, siendo los fantasmones la decoración de la nave de las utilidades particulares del regidor, el cual siempre permanece velado en su camarote de poder.
A cambio, en sus cortas entendederas, éstos mascarones se ven a bordo de inimaginables prebendas, llegando con el transcurrir de los años, bien sea por necedad intelectual o por cualquier otra causa, a insólitos comportamientos y a extrañas actuaciones. Llegan a adquirir delirios de poder, cuando en realidad son meros peones para sacrificar a la primera de cambio por el regidor, generalmente amparado y protegido por un conjunto de adláteres firmantes, que a modo de muros de contención impiden que las acometidas judiciales le lleguen a él, y si le alcanzan, los efectos son mínimos, él nunca sabe nada, él solo nombra, y por lo tanto siempre lo salva la rúbrica de algún mascarón.
Otro de los problemas de estos fantasmones es que al tener familia, la carga de la deshonra y del desprestigio alcanzará también a sus descendientes, los cuales, siempre serán señalados con el dedo inquisidor de la sociedad, ávida de sangre, aunque en este caso sería de caza menor.
Mientras tanto el gran hacedor continuará desde su sillón, moviendo los hilos a través no solo de reuniones, sino también de llamadas telefónicas para adecuar sus espurios intereses al objetivo a alcanzar, sacrificando sin remordimiento alguno al próximo mascarón.
El afectado, arrastrando las bolas negras y cadenas herrumbrosas del desprestigio, es recibido en el despacho del poderoso con un cariñoso abrazo y elocuentes palabras de sentimiento, ofreciéndole una ayuda futura. ¡Hemos hecho todo lo posible! y en tu caso… ¡Me fajé más que tú!, le dirá.
Posteriormente, cogiéndole por el hombro y acompañándole hasta la puerta, le dará un último abrazo de consolación, susrrándole: “Me pongo a tu disposición”.
Respirando ya serenidad, en su centro de poder y con el problema resuelto, el regidor se dirá: ¡Qué desagradable fue todo!… Ahora, manos a la obra, la vida no se detiene tengo que mirar hacia adelante y encontrar otro relevo, que sea leal y presto a sacrificarse.
Fuente: https://bit.ly/32ZrpJ3