La pandemia de fiebre amarilla que hubo en Canarias entre 1838 tuvo consecuencias económicas desastrosas en la islas. Este 2020 la pandemia del Covid19 se está cebando con Tenerife y eso implica un efecto arrastre al resto del mercado turístico regional. Si el Reino Unido solamente permitía a sus nacionales viajar a Tenerife ahora que la isla es la más afectada, el cierre del mercado es regional. “Intereses competitivos y escasamente compatibles”, sostiene el historiador José Miguel Pérez. La profesora María José Betancor señala que en ese periodo “late la sospecha de que la negligente actuación de las autoridades y de los médicos, y su resistencia a reconocer la existencia de la enfermedad, estaba motivada porque no se perjudicaran los intereses económicos de las clases dominantes, conectadas al poder político”.
En Las Palmas, la fiebre amarilla de 1838 paralizó el tráfico marítimo. El cólera morbo mató en Gran Canaria a 5.599 personas en 1851, el 9,9% de la población. La crisis sanitaria del periodo isabelino generó lo que actualmente es el pleito insular, es decir, el enfrentamiento entre Tenerife y Gran Canaria. Un cruce permanente de ataques que contó con oxígeno del capital inglés, que era el que dominaba el negocio del comercio exterior. En 2020 el tráfico de turistas y negocios como el tomate sigue dependiendo en buena parte de los consumidores británicos.
Pero a la crisis en Canarias la Iglesia le puso un ingrediente demoledor. Señala el Oblispo Romo en una carta pastoral que la religiosidad se transformó en impiedad. Romo denunciaba que desde 1810 “se habían multiplicado por diez los expósitos y los intereses usurarios. Pero señala un dato: “una multitud de cómplices pervertidos quienes habituados a hollar los vínculos atractivos del amor filial”.
Betancor subraya que desde Tenerife se “motivará el que, generalmente, se declare la epidemia y se incomunique a Gran Canaria con mayor celeridad que a la otra isla. Y en ocasiones, la prolongación de la incomunicación no siempre parece responder a causas sanitarias, sino de otro tipo”. En 1838 quitaron el privilegio aduanero a la cochinilla y acaban las compras extranjeras. Miles de jornaleros hambrientos invaden con sus familias las calles de la capital de Tenerife y La Laguna mendigando por la sequía. Hubo tres años sin cosechas y sin comercio exterior que generase liquidez al mercado interior.
El nuncio del Vaticano en España, Francesco Tiberi, en su informe a Roma cuando fue propuesto para obispo de Canarias, lo consideró un hombre con “sermones impresos lo califican de erudito, elocuente y de buenas máximas, dado a todos pero especialmente benéfico y generoso con los pobres”. Fue presentado por Fernando VII el 2 de septiembre de 1833, jornadas antes de morir el rey. El 20 de enero de 1834 como obispo de Canarias.
Sostenía Romo que “a partir de 1814 y sobre todo de 1820 la economía canaria inició una etapa de crisis que tocó fondo en el decenio 1834-1845” con un fuerte retroceso de exportaciones y la crisis del comercio por la emancipación del mercado americano. Romo atribuye a la epidemia al aumento del libertinaje y la usura e instaba a que se restituyese “los bienes mal adquiridos”. La pandemia generó un caos económico en Las Palmas, vacía de ricos como el mismo obispo Romo, refugiado en Teror. Cuando la fiebre amarilla de 1846 y 1847 hubo que ordenar rondas nocturnas para evitar el saqueo de las viviendas abandonadas, pues la ciudad estaba “a merced de las clases menos acomodadas por ausencia de casi todos los pudientes”.
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