Hoy acudimos a la hemeroteca del Museo Canario en busca del naufragio del vapor Alfonso XII, ocurrido el 13 de febrero de 1885. Al día siguiente, El Noticiero de Canarias – Diario de la tarde relató así lo sucedido:
“A las 5 de la tarde de ayer, una gravísima noticia circuló por la población con la rapidez de un rayo. Decíase con referencia al vigía de la Isleta, que un vapor de tres paños se hallaba parado en el mismo sitio donde se encuentra el escollo conocido por la baja de Gando al sur de esta Isla.
En los primeros momentos todo el mundo comentaba el suceso, dudándose entre el vapor inglés Madeira y el español Alfonso XII.
Inmediatamente el Sr. D. Juan Bta. Ripoche, Agente en Gran Canaria de la Compañía Trasatlántica, antes A. López y Compañía, dispuso saliesen en carruaje para Telde dos de sus dependientes, al propio tiempo que el Sr. Comandante de Marina se dirigía también a Gando, distante unos 25 kilómetros de esta población.
La ansiedad se manifestaba en todos los semblantes; no había persona que no se ocupase, siempre en conjeturas, de la alarmante noticia del vigía; y la sola consideración de que aquel magnífico vapor español fuese el del siniestro, producía un profundo y ostensible disgusto, no acertando a explicarse el suceso con un mar tan tranquilo, un tiempo tan hermoso, a las 4 y media de la tarde, y siendo el bajo de Bando conocido y señalado en las cartas.
Las horas transcurrían en medio de atormentadora incertidumbre, hasta cerca de las 10 de la noche en que llegó el carruaje con el representante de la Casa consignataria y un pasajero de nacionalidad suiza, que tan pronto tomó tierra se puso en camino con dirección a esta ciudad.
En efecto, las sospechas confirmáronse entonces, pues el Alfonso XII era el vapor del terrible naufragio.
Verificadas las faenas marítimas de carga y descarga y despachado definitivamente para Puerto Rico y Habana, había zarpado de la bahía sin la menor novedad a las 3 de la tarde del día de ayer 13 del corriente; y apenas transcurrido hora y media después de su salida, una sacudida estruendosa, horrible, aterradora, pues en vertiginoso movimiento a tripulantes y viajeros que, con indescriptible rapidez, penetrados del inminente riesgo, se lanzaban a los botes del buque abriéndose paso en confusión horrenda y con violencia incontestable, hasta el lugar de las escalas para buscar en los botes la salvación de sus vidas.
Entre tantos barquillos pescadores de Gando, los mismos que salvaron la mayor parte de la gente del Villa de Pará, se habían hecho a la mar, camino al sitio de la catástrofe, desde el momento mismo en que aquellos marineros, pequeños por su inmensa pobreza, pero heroicos por su grandeza de alma, por su abnegación, por sus sentimientos de humanidad siempre puestos en práctica aunque jamás recompensados, vieron al Alfonso XII chocar sobre el escollo y se penetraron del pavoroso riesgo de la gente de a bordo; que ellos, los pobres pescadores de Gando, no corren a salvar a los náufragos, impulsados por la idea del lucro, cuando ya la experiencia les hace presentir el premio que reciben.
Quiso la fortuna que el vapor permaneciese unos tres cuartos de hora sobre el bajo, durante cuyo tiempo llegaron las lanchas pescadoras salvando más de la de mitad de los náufragos, y el resto en otras del vapor, pues la precipitación con que los tripularios buscaban salvamento, impidió, según se dice, que hubiesen personas para la maniobra de arriarlas.
Apenas verificada esta angustiosa e indescriptible operación, el Alfonso XII salía del bajo y se hundía estrepitosamente en el fondo de las aguas con espantoso remolino, con todo su cargamento, con la correspondencia oficial y pública de la que no pudo salvarse ni un saco, y con la enorme suma de 500.000 duros precedentes del último empréstito para atenciones de la isla de Cuba.
En las primeras horas del siniestro ignorábase si habían ocurrido desgracias personales, salvo numerosas aunque ligeras contusiones, hasta hoy a las tres de la tarde en que, completa la lista de los que iban presentándose en la Consignación, pudo saberse con certeza, que afortunadamente no faltaba ninguno de los tripularios y viajeros.
Estos se trasladaron luego a la hospitalaria ciudad de Telde desde donde se dirigieron a esta ciudad, muchos anoche y la mayor parte en el día de hoy, en carruajes que al efecto les fueron facilitados por la Agencia de la Compañía, la cual les ha prestado toda clase de auxilios, atendiéndolos con la mayor solicitud y no escaseando nada que hayan podido necesitar desde los primeros momentos.
Cerrada la estación telegráfica, por lo avanzado de la hora en que se supo a ciencia cierta lo ocurrido, la Autoridad gubernativa dispuso se abriese para avisar a la central, y en el acto telegrafió a los Sres. Ministros de la Gobernación y Gobernador de la provincia, participándoles la catástrofe. También se pusieron telegramas particulares a Cádiz y Madrid, tanto por el consignatario del vapor como por algunas otras personas, merced al favor dispensado por los jefes de ambas oficinas.
La estación telegráfica, por orden superior, quedó constituida en permanente desde anoche, y durante todo el día de hoy ha estado funcionando el telégrafo, en su mayor parte con despachos de los viajeros a sus familias.
El vapor Alfonso XII hacía ayer en este puerto su sexta escala para América, que han sido las del 13 de marzo y septiembre de 1882, 13 de febrero, mayo y septiembre de 1883, y la del día de ayer.
Parece que el 17 es esperado en este puerto un vapor de la Compañía a recoger los náufragos, y según se dice vendrá un buque con los aparatos y buzos necesarios para ver de sacar los 500.000 duros y lo demás que sea posible.
Grandes han sido las pérdidas sufridas, alcanzando estas a los cargadores de la plaza, cuyos nombres y efectos, embarcados sin asegurar, consignamos en las noticias marítimas del presente número.
La total pérdida del Alfonso XII ha producido profunda sensación en nuestro país, cuando nada hacía esperar el menor contratiempo en el viaje de este magnífico vapor.”