Hace algunos años, el que escribe deambulaba por París en busca de curiosidades y me dirigí a la hilera de buquinistas que bordean el Sena. Era diciembre, hacía mucho frío y llovía a cántaros. Pero allí estaban ellos, con sus cajas de madera verde abiertas y sus frágiles tesoros de papel cubiertos por un plástico. Y allí estaba yo, con una vaso de vino caliente que me ayudara a entrar en calor.
En uno de aquellos puestos me puse a curiosear en una caja de zapatos que contenía una miscelánea de postales, fotos antiguas y grabados. Uno de los documentos llamó mi atención, por su relación con las islas Canarias. Se trataba de un pequeño y encantador grabado que ofrecía una escena portuaria.
Con las lentes de mis gafas empapadas por la lluvia me esforcé en leer el diminuto título al pie, en letra cursiva, que acompañaba a la ilustración: “West India Import Dock”. En letra aún más pequeña si cabe, continuaba la leyenda en inglés: “Dibujado y grabado por I. C. Varrall para los Paseos a través de Londres. Publicado por W. Clarke New Bond Street, el 1 de abril de 1817”.
El grabado había sido arrancado de la tripa de un libro. Una práctica despiadada y bastante habitual con la que libreros sin escrúpulos obtienen mayores beneficios que vendiendo el libro en su conjunto. Una auténtica atrocidad para los que amamos los libros antiguos, y no quiero pensar en las maravillas que se han desmenbrado perdiéndose para siempre.
El complejo portuario de West India que aparece en la estampa estaba compuesto por tres muelles, el primero de ellos inaugurado en 1802, unos años antes de la realización del grabado, y estaba situado en el Támesis, en la isla de los Perros, aunque su uso portuario se remonta al siglo XVI. Como curiosidad, desde esta zona portuaria fue de donde partió el famoso Mayflower que trasladó a los primeros peregrinos a Estados Unidos en 1620.
La denominación de West India surgió a principios del siglo XIX, cuando Inglaterra empezó sus relaciones comerciales con la India. Luego pasó a llamarse Canary Wharf, es decir, embarcadero canario, por el muelle número 32, desde el que partía una línea que comerciaba con las islas Canarias, y donde desembarcan las frutas y los productos agrícolas que abastecían los mercados ingleses y llenaban las frías alacenas de Gran Bretaña.
Durante la Segunda Guerra Mundial el Canary Wharf fue bombardeado por los alemanes, destruyendo prácticamente todos los depósitos de mercancías, además de acabar con la vida de 400 personas. Tras la guerra, volvió la actividad a los muelles pero no de igual manera, y la crisis del sector en los años setenta del siglo XX los sentenció a muerte.
Hoy en día el Canary Wharf ya no es lo que era. Ahora es una de las principales áreas financieras de Londres con impresionantes rascacielos, y además cuenta con una prestigiosa zona residencial con una amplia oferta de servicios comerciales y de ocio. De aquella próspera relación comercial entre las islas Canarias e Inglaterra, lo único que permanece es el nombre, y el precioso grabado que encontré en París, aquel frío día de diciembre.