ABC publicó en 1904 dos fotografías de la famosa búsqueda de monedas en la playa
A las once de la mañana de un luminoso tercer día de junio de 1904 unos trabajadores de una antigua almadraba que existía en la playa de Santa María de Cádiz dieron con un increíble hallazgo. Estaban abriendo una zanja para enterrar las cabezas y desperdicios de los atunes y habían ahondado poco más de medio metro cuando uno de ellos -los gaditanos cuentan que se llamaba «Malos Pelos»- dio con su pala con varias monedas, los famosos «duros antiguos» que tanto darían que hablar.
Pronto se corrió la voz. Se avisó a uno de los socios de la almadraba y a los carabineros. Muchos de los obreros y otros grupos comenzaron a llegar al olor de la plata y comenzaron a abrir zanjas en la playa. «Aquel primer día hubo quien encontró hasta doscientos “duros” y los de menos suerte sacaron sus buenos quince o veinte. Era imposible averiguar, con cierta aproximación, la cantidad de “duros” encontrados porque al mediodía eran muchísimas las personas que estaban haciendo excavaciones y muchísimas, naturalmente -por no decir todas- las que ocultaban gran parte de los que iban encontrando», según el relato que firmaba el marqués de Arellano -el militar y literato Antonio Perea de la Rocha- en ABC medio siglo después.
El periódico había informado en aquel junio de 1904 del «hallazgo de duros en las playas de Cádiz», con dos fotografías de la multitud que se volcó aquellos días «a la grata tarea de desenterrar duros de entre la arena».
«Allí fue medio Cádiz con espiochas, y también fue mi suegra, aunque la pobre está medio chocha…», cantó el coro de «Los anticuarios» en los Carnavales del año siguiente. Antonio Rodríguez -el «Tío de la Tiza»- compuso la famosa canción sobre «Aquellos duros antiguos» que con los años se convirtió en la copla de carnaval más cantada y, a tenor de lo que dicen muchos, el himno del Carnaval de Cádiz.
«Con las uñas a algunos vi yo escarbar, cuatro días seguíos sin descansar. Estaba la playa igual que una feria ¡válgame San Cleto! lo que es la miseria», describía con sorna.
Y es que al día siguiente del primer hallazgo, ya desde las primeras horas de la mañana, pasaban del centenar los que se apresuraron a buscar los mejores sitios, calculando hipotéticamente la dirección de la «vena de plata». «A media mañana y a medida que se corría la voz por los barrios de Santa María y la Viña, parecía aquel lugar una romería», contaba el marqués de Arellano. Muchas familias comieron en la playa mientras unos trabajaban y otros se relevaban en la búsqueda.
Se cree que los «mariscadores de duros» de toda clase y condición encontraron al menos 1.500 piezas. Eran monedas de las llamadas de «ambos mundos» del siglo XVIII, acuñadas en México. Tenían un valor de ocho reales fuertes del antiguo “duro” español y su peso era de 28 gramos. También aparecieron algunas de Carlos III.
¿De dónde procedía ese fabuloso tesoro? Por aquel entonces se hablaba de posibles enterramientos, naufragios o ocultamiento de algún botín. Había versiones para todos los pareceres. Según la nota del ABC de 1904, se suponía que provenían «de un barco perdido en aquellas aguas a principios del mencionado siglo».
Una de las teorías era que procedía del formidable cargamento que llevaba el navío de guerra inglés «Defiance», con 154 cajones llenos de monedas de plata arrebatadas de los españoles, que tras la batalla de Trafalgar, al temer que el gran temporal desatado hiciera encallar el barco en costas españolas y éstos recuperaran una suma de tanta importancia, lo incendiaron frente a Conil. Unos años antes se habían encontrado allí unos duros muy similares a los hallados en Cádiz, pero «era poco menos que imposible que, por muchas resacas y temporales, pudieran llegar a la playa gaditana monedas de este cargamento», aseguraba el marqués de Arellano.
Éste consideraba «casi seguro» que el tesoro hubiera sido «voluntariamente enterrado, en espera de mejor ocasión para recuperarlo». Otros muchos así lo creyeron también en 1904. Unos decían que una comunidad religiosa lo había ocultado antes de ser desterrada, otros que eran los fondos ocultos para un levantamiento frustrado hacía mucho tiempo.
El botín del «Defensor de Pedro»
El marqués de Arellano cotejó notas y papelotes sobre este asunto que tanto le había apasionado desde la infancia, «curtida en estas playas», consultó a las gentes del mar de la zona y consultó libros antiguos antes de mostrar su «seguridad absoluta» de que los duros procedían «del botín del bergantín pirata brasileño “Defensor de Pedro“».
El temible barco pirata que capitaneaba el gallego Benito Soto encalló el 9 de marzo de 1828 en la playa de Santa María, cerca del Ventorrillo del Chato, al parecer porque su piloto confundió el faro de la isla de León de Cádiz con el de Tarifa. Soto y su tripulación camparon a sus anchas en Cádiz durante seis días, tras sobornar al escribano de Marina, pero con su comportamiento pronto levantaron sospechas y fueron encarcelados.
Todos, menos Soto, el pirata que inspiró la célebre «Canción del pirata» de José de Espronceda, que huyó a Gibraltar, donde acabó siendo ahorcado, como el resto de sus hombres. Cuando fueron apresados, ninguno tenía dinero encima, pero por documentos de la época se sabe que los piratas sacaron baúles, cajas y fardos del barco para pagar sobornos e intentar vender el botín que llevaban en el barco, fruto de sus pillajes en el Atlántico. Antes de llegar a Cádiz, la tripulación había cobrado en moneda inglesa, pero fue cambiada en La Coruña por pesos españoles.
«Teniendo en cuenta los días que estuvieron los piratas merodeando por la playa y que los “duros” aparecieron en cajas o en cilindros de monedas superpuestas y adheridas con pez o brea, es más que seguro que “aquellos duros antiguos” fueron urgentemente ocultados por los piratas», concluía el marqués de Arellano.