La influencia británica en el devenir de la vida diaria del Archipiélago canario en los años finales del siglo XIX y en los inicios del siglo XX fue bien notoria, principalmente en las islas capitalinas, donde los asentamientos de las colonias de súbditos de su majestad llevó a la expansión e implantación no sólo de una gran actividad económica, sino también de una muy diversa actividad deportiva, que incluían cánticos de ánimo que transformaron los isleños.
Sin lugar a dudas 1890 representa un cambio sustancial de las estructuras socioeconómicas canarias. A partir de esta fecha la capital de Gran Canaria experimentará un crecimiento acelerado, pues de casi 20.000 habitantes pasará, en apenas diez años, a 45.000. El censo de 1910 indica que el número de residentes británicos en Las Palmas había ascendido a 437, frente a los 79 que se registran en la Villa de La Orotava.
Los enclaves portuarios del Archipiélago se transformaron más aún en centros de escala para las flotas mercantes europeas que surcaban el Atlántico Norte y Sur, en particular de cara al avituallamiento de los buques británicos que cubrían las rutas con África del Sur, Río de la Plata y la India Mail, cubierta por vapores correo con la India.
La construcción de La Luz entre 1883-1884 corrió por cuenta del Estado a través de la empresa Swanston and Company, con sede en Londres. Las primeras concesiones de depósitos de carbón en La Luz fueron en 1885 para la firma escocesa canarizada Miller e Hijos, para Blandy Brothers y para la Grand Canary Coaling Company, sucursal de la Elder Dempster de Alfred Lewis Jones. Antes de 1914 vendrían otras casas carboneras del Reino Unido, como Wilson Sons, Cory Brothers y la Compañía Carbonera de Las Palmas, además de la citada Woerman.
El gran número de negocios y negociantes británicos de la capital grancanaria explica que la colonia británica fuera numerosa. El inglés y lo inglés estaba presente en muchos detalles de la vida diaria de los canarios de aquella época: las numerosas empresas británicas como consignatarias, varaderos, astilleros, almacenes, bancos, hoteles, etc.
Gran Canaria se inicia como estación veraniega de los turistas británicos con los viajeros que hacían con frecuencia la ruta de la India Mail. A partir de 1890 comienzan a actuar compañías en el sector como la Grand Canary Island Company Limited, que dirigida por Alfred L. Jones dispuso de una cadena de cuatro hoteles en Las Palmas, entre ellos el primitivo Santa Catalina y el Metropol. Al aumento del movimiento migratorio, y a la creciente moda del viaje, se sumaría la propaganda que la propia colonia británica residente en Canarias hacía entre sus compatriotas, fomentando el turismo en las islas. Así, Mr. Alfred L. Jones consiguió que las navieras rebajasen sus tarifas y facilitasen billetes de ida y vuelta desde Liverpool a precios módicos de 15 a 25 libras, en un intento por acaparar un mayor número de visitantes en Gran Canaria. Con estas facilidades se produjo un verdadero contingente de turistas que a partir de 1887 empezaría a adquirir cierta significación económica.
El deporte fue una actividad que se popularizó en Gran Canaria gracias a los ingleses, que fundaron toda una serie de clubes deportivos. De esta manera podían practicar sus aficiones favoritas, y aliviar el tedio y la monotonía de la vida en las islas. De hecho, la capital grancanaria podía estar orgullosa de ser “el único puerto donde los visitantes podían encontrar clubes de golf, cricket, lawn tennis y football, sin mencionar croquet y póker”.
La afluencia cosmopolita del turismo, unida a la natural disposición, contribuyó eficazmente a que se implantaran los deportes más diversos como el golf, yacht, lawn-tennis, football, automovilismo y otros sports. En Las Palmas surgió el primer club de golf de España y en esta ciudad hubo barrios residenciales con los clásicos chalés ajardinados de tipo inglés, por no hablar de las iglesias anglicanas, los salones de té o los colegios.
A principios del siglo XX el juego de la pelota, o sea, el foot-ball, era el que más practicaban los ingleses residentes, en los arenales y descampados que una ciudad como Las Palmas disponía en sus proximidades. Tanto es así que las apasionadas partidas en sábados y días festivos atraían a practicantes y seguidores en gran número, y a los que empezaban a asistir los canarios como espectadores.
En pocos años el juego de la pelota se va arraigando en la población insular, principalmente por las rutinarias partidas de football que celebraban los sábados los empleados ingleses, y pronto junto a ellos aparecen los primeros canarios que les imitaban en lo de dar patadas a una pelota. Ingleses y canarios llegaron a relacionarse en la práctica de algunos deportes, entremezclándose sin importar las nacionalidades, tal y como evidencia la prensa local, sobre todo en Las Palmas, donde a partir de 1900 parecía como si se hubiesen despertado los entusiasmos por toda clase de deportes.
El inglés que se entendía
Aunque sólo una pequeña parte de la población isleña pudiera expresarse correctamente en inglés y lo mismo sucediera con los ingleses respecto al castellano, podemos decir que una gran mayoría llegó a familiari zarse con los sonidos, palabras y expresiones básicas de la otra lengua. El isleño empezó a chapurrear el inglés desde niño, cuando se dirigía al choni a pedirle peni, peni, o llamaba al cuchillo canario naife.
Esto ocurrió sin duda en la capital grancanaria, invadida no sólo por anglohablantes sino por letreros y anuncios en inglés en calles y prensa, donde muchos de los anuncios estaban en lengua inglesa. Alonso Quesada (Smoking-room, Las Inquietudes del hall, Banana Warehouse, etc.) dejó algunos testimonios literarios muy valiosos sobre las costumbres anglosajonas que singularizaron el primer tercio del siglo XX. “Esta ciudad es una pequeña ciudad española… A pesar de sus letreros en inglés. A pesar de sus indios. A pesar de su carbón británico y sus maderas noruegas”.
También Tomás Morales, en Las rosas de Hércules, incluyó un poema a la calle de Triana, describiéndola como la calle del comercio “donde corre sin tasa la esterlina y es el English spoken, de rigor”, presentándonos la imagen del “sol del archipiélago dorando los rótulos en lenguas extranjeras”, y señalando que “todo aquí es extranjero / extranjero es el tráfico en la vía / la flota, los talleres y la banca / y la miss”.
El ‘pitinglis’
Todas las novedades que surgen en las distintas áreas de influencia inglesa, tanto técnicas como sociales, deportivas, culturales e incluso alimenticias, se plasman en nuevas palabras que se van incorporando al habla de los canarios, y al lenguaje usado por la prensa local entre los años finales del novecientos y principio del siglo XX.
Así, con los nuevos deportes se introducirían muchos términos como player, corner, penalty, free kick, shoot, offside, score, team, goal, goalkeeper, match, referee, sport, sportivo, baseball, golf, golfer, yacht, etc. Muchas de estas palabras se adoptaron temporalmente, y fueron sustituidas con el tiempo por sus equivalentes castellanos, o bien se integraron con las consiguientes adaptaciones fonológicas y ortográficas, como es el caso de fútbol, futbolista, béisbol, gol, tenis, chute, yate, frisqui, etc.
El canario decía choni (de Johnny); guachimán (de watch- man); monis (de money); paipa (de pipe); queque (de cake), refré (de referee); tique, (de ticket); Sanapul (de sun at pole) o guanijay (de one John Haig). Otras voces parecen haberse introducido por vía escrita, como changue (de change); o en las papas como quinegüa (de King Edward) o autodate (de out of date) que surge de una lectura de los rótulos en los sacos de embalaje. En el campo de las comidas y bebidas encontramos términos como bistec (de beefsteack), rosbif (de roastbeef), cocktail, picnic, sandwich, tea, puding, whisky o lunch, un término que adquirió el significado de “pequeño refrigerio”.
Por otro lado, entre los operarios y gente que trabaja en el puerto se desarrolla un lenguaje práctico para facilitar las operaciones de intercambio que a tal efecto se llevaban en el recinto portuario. Este lenguaje formado por las palabras inglesas que onomatopéyicamente entendía el isleño es lo que popularmente conocemos por pitinglis, muy practicado por los trabajadores portuarios y especialmente por el cambuyonero ( came buy on).
Gritos de ánimos ingleses
Algunas costumbres de los ingleses, como cánticos de ánimo, himnos, canciones o gritos de apoyo se daban en las primeras confrontaciones deportivas, y en especial en las futbolísticas. Se utilizaban como elemento de motivación, como activación de la presión justo antes del comienzo de un partido. En muchas crónicas se puede leer “Tras los hurras de rigor, el referee dio la orden de comienzo del match“.
En Canarias desde los primeros matchs en que los jóvenes ingleses disputaban sus desafíos deportivos se producen gritos de ánimo al inicio de los partidos, en los que los participantes juntos y abrazados gritaban: “Reach in rank, Shine on back, shine on back, ¡hurrah, hurrah, hurrah!”, que onomatopéyicamente los canarios entendían como: “Riqui raca, Sin bon baca, sin bon bá, ¡hurrá, hurrá, hurrá!”. Lo que los deportistas animaban y gritaban era algo así como: “Reach in rank”: Alcancemos el honor. “Shine on back”: Brillando las espaldas”. Es decir, deseaban alcanzar el rango, el triunfo, el honor, con el brillo en la espalda, o sea con el sudor del esfuerzo, y lo certificaban con el conocido ‘¡Hurrah, hurrah, hurrah!’, tan británico en las conmemoraciones del imperio en todo lugar donde hubiera una colonia de súbditos de su majestad.
Este grito de ánimo fue asumido por las multitudes futbolísticas canarias. Según cuenta Eliseo Ojeda, fundador del Marino CF, fue traído a principio de los años veinte por D. José Rodríguez Sánchez, seguidor marinista, quien al retornar de una larga estancia en Cuba notaba que a su equipo favorito le faltaba un estímulo en sus actuaciones, como se estilaba allá en las américas. Así, ensayó con los jugadores marinistas este grito: “Riqui raca, zumba vaca, ¡rá, rá ,rá!, ¡Marino, Marino!, ‘¡Aaah!”.
Después lo propagó entre los seguidores del equipo azul hasta que un buen día, con ocasión de un partido, lo puso en práctica. Tal fue el éxito entre los aficionados, que desde entonces no ha dejado de ser repetido. Primero por los marinistas, luego los victoristas y después los seguidores de cualquier club de las islas. Este grito fue de tal forma asimilado por la afición isleña que lo hizo como el primer canto de apoyo a sus equipos, trasladándose asimismo a cualquier manifestación de alegría del pueblo canario. La letra original varió ligeramente con el transcurso de los años en ambas provincias canarias.
Evolución hasta la actualidad
Hubo seguidores destacados que con sus gritos de ánimo llevaban a los aficionados de uno u otro club a entonar cánticos y gritos de ánimo desde la grada. En los años treinta destacó Manuel Alonso, seguidor del Marino. Era natural de Agaete y llegó a apostar una guagua de su propiedad por su equipo favorito. El grito de “¡Serenidad Marino!” era su divisa. También en esa misma época el Victoria tenía a un destacado seguidor llamado Enrique, al que apodaban el negro, que desde la grada del morroanimaba a los carboneros con sus gritos de “¡Ánimo Victoria!”.
El grito de ” ¡Arriba d’ellos!” lo popularizaron unas seguidoras del Club Arenas de las Alcaravaneras en unos partidos de promoción en los años cuarenta. Luego este grito fue asumido por la afición de la UD Las Palmas en los partidos de ascenso a Segunda y Primera División.
En los años sesenta el seguidor amarillo Manolo el pipi, con su cornetín de campaña hizo sonar los ecos del ancestral cántico en el Estadio Insular. Y en los ochenta fue Fernando el bandera quien continuó con la tradición desde la grada Naciente del viejo Insular. El Riqui Raca que nosotros hemos cantado tiene una letra mas o menos así: “¡Riqui raca, sin bom baca, sin bom baah, hurrá, hurrá, hurrá, Las Palmas, Las Palmas, y nadie más!, Triqui triqui tri (bis), ¡y nadie más!”.
La versión tinerfeña
El popular grito de ánimo con las confrontaciones interinsulares llegó a la isla de Tenerife, donde también fue acogido y practicado por los grupos de aficionados de los distintos clubes. En los años cuarenta del siglo XX, entre la afición chicharrera destacaba Paco Zuppo, un entusiasta animador que dirigiendo a la afición desde el centro del campo, antes del comienzo del encuentro, hacía cantar el riqui raca a los seguidores.
Se hizo famoso y como director actuó en el Estadio Insular, desplazado desde Santa Cruz, para dirigir los riqui racas y animar al cuadro amarillo en encuentros de trascendental importancia a principios de los años cincuenta y sesenta.
Podemos considerar a Zuppo como el principal propagandista del cántico de ánimo y con la Peña Rambla de coro hacía sonar el grito de guerra en el estadio Heliodoro Rodríguez López. La versión tinerfeña es: “Riqui raca, zumbarraca, sim bon ba, riá riá riá, Tenerife, Tenerife y nadie más”.
Hoy nadie entona el popular riqui raca, del que todavía no he olvidado su onomatopéyica letra, y que contribuyera a tantas tardes de gloria vividas en el fútbol canario. La diferencia estriba en el comportamiento de un graderío, que ha olvidado este popular grito de ánimo y ha asumido otros cánticos recientes como a por ellos o el diálogo entre graderíos con el hola don pepito-hola don josé, puesto de moda en el Heliodoro en los años noventa con el CD Tenerife en la Primera División.
Desde aquí animamos a la afición canaria a retomar el ancestral cántico, pues representa un valor más en la identidad cultural del Archipiélago.
Fuente: https://iusport.com/