Todavía en el aire el final de la rocambolesca historia de quien fuera presidente de la Autoridad Portuaria de Baleares, Joan Gual de Torrella, ayer saltó la noticia del nombramiento de Francesc Antich, ex presidente del Gobierno autonómico de Baleares, para sucederle al frente del sistema portuario de interés general en las islas mediterráneas.
La señora Francina Armengol, que ostenta ahora el cargo que desempeñó Antich entre 1999 y 2003, y entre 2009 y 2011, ha optado por un político de la confianza del PSOE para lidiar con los embrollos portuarios de Baleares, probablemente escarmentada del nombramiento de un empresario fuera del control del partido. Tenía la presidenta de Baleares mejores alternativas técnicas, personas con experiencia en el tráfico y el comercio marítimo, que han ocupado (y ocupan) cargos de gestión en organismos e instituciones. Profesionales conocedores de los servicios portuarios y de los entresijos del transporte de contenedores y pasajeros. Nombres, en fin, que podían garantizar eficacia y resultados al frente de la AP de Baleares. Pero, poniendo en evidencia la escasa consideración que presta al mundo marítimo, se ha decantado por la solución ordinaria, cada vez más extendida en nuestro país: alguien del partido, habituado a obedecer consignas y directrices y que aplica sin escrúpulos los códigos de la política al uso.
Francesc Antich no ofrece indicio alguno de conocer el ámbito marítimo y portuario, y eso no presagia nada bueno. Aunque estamos habituados a ver ministros y altos cargos en carteras de las que ignoran peso y contenido, y que, por tanto, han de limitarse, en el mejor de los casos, a colocar a sus correligionarios y a satisfacer las presiones de los intereses más fuertes y afines, sin aportar al cargo ni un gramo de innovación o progreso, también es cierto que no escasean los ejemplos de paracaidistas que, comprometidos con el organismo del que son ahora responsables, han puesto interés en aprender y al final sus mandatos han resultado positivos. Recordemos el caso de Sixte Cambra que dejó, en siete años al frente del puerto de Barcelona, una buena obra y un recuerdo excelente.
El nuevo presidente de la AP de Baleares parte con una ventaja nada desdeñable en la enrevesada situación que padecen los puertos de Palma, Ibiza, Mahón y Formentera: una autoridad política incuestionable en el ámbito autonómico y en el ámbito estatal, que le ha de permitir afrontar el nudo de las concesiones (velando por el interés público y sin capitular ante la voracidad competencial y económica de los Ayuntamientos), la renovación del Consejo, la sustitución de los altos cargos y sortear los innombrables escollos del gangrenado sistema portuario español (en afortunada expresión de Rafael Rodríguez Valero) con las armas precisas para romper viejas inercias y poner coto a los vicios más perversos del sistema. Sólo ha de poner voluntad y algo de coraje. Y que la salud le acompañe.
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