Canarias ha sufrido las grandes epidemias que han asolado la Humanidad desde la Conquista, cuando la “modorra” acabó con la mitad de los guanches de Tenerife, pero la pandemia más devastadora que llegó a las islas fue el cólera de 1851: en menos de un mes dejó 6.000 muertos en Gran Canaria.
Las grandes epidemias llegaron a Canarias por las mismas causas -el transporte marítimo- y tuvieron las mismas consecuencias que en el resto del mundo, salvo que al tratarse de islas ha sido mucho más llamativa la pérdida de población, explica Conrado Rodríguez, director del Instituto Canario de Bioantropología.
Una epidemia de cólera impidió que el naturalista Charles Darwin desembarcase del “Beagle” en Tenerife, en 1832.
Conrado Rodríguez detalla que ya desde los textos bíblicos y los clásicos de la medicina, al no poder identificar con precisión el origen de la enfermedad, se alude a las enfermedades infecciosas como “peste, plaga o mortandad”.
En realidad la peste es una más de las enfermedades de origen bacteriano y fue una de las primeras epidemias que llegó a Canarias en 1506, algo normal como puerto marítimo importante ya en esa época y con contactos con África, América y Europa. La peste hizo estragos en Europa -la peste negra puso fin a la Edad Media- y el primer brote que llegó a las islas tuvo su origen en Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote en 1506, pasó a Tenerife y duró dos años.
Aunque se procedió al cierre de los puertos, la epidemia se extendió por Tenerife y causó una gran mortandad, especialmente entre la población de guanches que aún residía en la zona de Anaga. Sin embargo, la epidemia de peste más grave que afectó a Tenerife fue la de 1582, un auténtico desastre socio-sanitario y demográfico que hizo estragos en el área Santa Cruz-La Laguna a pesar de haberse tomado medidas de control y aislamiento.
El saldo final fue aterrador: entre 5.000 y 7.000 muertos en una isla de menos de 20.000 habitantes. Como muestra, la capital tinerfeña pasó de contar con unos 600 habitantes a algo más de 200.
Pero la primera epidemia histórica en Tenerife que aparece en las crónicas es la de 1494, cuando “una gran pestilencia” afectó al 50-80 % de la población guanche del norte de la isla, y causó la muerte de más de la mitad. El cuadro clínico, explica Conrado Rodríguez, consistía en fiebre muy alta, inflamación de la pleura, rinitis, estornudos y coma letal, el principal síntoma y que dio nombre a la enfermedad.
Ello apunta a que con toda probabilidad la epidemia fuese una gripe complicada con encefalitis letárgica y neumonía, y su alta tasa de morbilidad y mortalidad entre los aborígenes se debió al hecho de que fuese “en suelo virgen”, es decir, carecían de defensas frente al virus. Las consecuencias demográficas fueron catastróficas: en el momento de la Conquista la isla tenía entre 15.000 y 25.000 habitantes y se calcula que murieron entre 8.000 y 10.000, sobre todo en el norte de Tenerife, lo que facilitó la conquista de los castellanos.
Las islas también sufrieron las consecuencias de la malaria, la fiebre tifoidea, el tifus exantemático, el sarampión, la difteria -que afectó sobre todo a los niños y provocó el colapso de los hospitales de la capital tinerfeña- y la viruela, y en este caso Tenerife fue uno de los primeros lugares de España en los que se usó la vacuna, a finales del siglo XVIII.
Sin embargo, la epidemia más devastadora que ha sufrido el archipiélago fue la del cólera morbo que afectó a la capital grancanaria en 1851 y que contribuyó a exacerbar el pleito insular. Ello se debe a que Las Palmas se sintió aislada y desasistida por Tenerife, entonces capital única de Canarias.
En la capital tinerfeña, sin embargo, fue la fiebre amarilla o “vómito negro” la que causó una de las mayores catástrofes de su historia cuando entre 1810 y 1811, un barco procedente de Cádiz propagó la enfermedad y dejó unos 1.400 muertos, el 20 % de la población, lo que obligó a habilitar un nuevo cementerio, el de San Rafael y San Roque.
Conrado Rodríguez señala que uno de los factores que ayudaban a la propagación de las epidemias es el de que, a pesar de que se decretaba la cuarentena y los barcos sospechosos debían lucir una bandera amarilla y fondear fuera del puerto, se tenían contactos clandestinos con ellos y así llegaba a tierra la infección.
Fuente: https://bit.ly/2XbU2Ai