Se ha lanzado al ruedo a la carrera, sin completar la faena para el delirio de su hinchada; vamos, que no se ha arrimado lo suficiente.
Carles Mulet es un crack. Que nadie se meta con él, por favor, que es una especie a proteger. Sé que la ironía es difícil de entender por escrito, pero no tengo más remedio que salir en defensa de este senador de Compromís que tantos días de gloria nos da.
Mulet es tenaz y persevera en su obcecación con una fortaleza digna de admiración. No se rinde ante las críticas ni ante lo infructuoso de su labor, y cuando aún no se han difuminado las consecuencias de su última salida de tono nos regala la siguiente y, como siempre, nunca defrauda y siempre supera el listón.
La nueva política que surge en España en 2015 nos ha regalado -porque es un auténtico regalo- esta tipología que hasta entonces era desconocida por estos lares, aunque ya montaban el numerete en algunos parlamentos europeos. Aquí llegaron en tromba. Algunos se han moderado tras su baño de realidad y otros han desaparecido del panorama, incapaces de mantener un nivel aceptable de frikismo. Mulet, en cambio, sigue en el tajo, triunfando como la Coca-Cola. Criado laboralmente a la sombra de la Izquierda Unida valenciana (EUPV), se desconoce su experiencia fuera de la política, lo que ha sido aprovechado para desarrollar una carrera como senador que para sí la quisieran otros.
En la tribuna de la Cámara Alta estuvo durante un minuto repitiendo la palabra “Cataluña” y otro día se descolgó con una pregunta al Gobierno de Mariano Rajoy para conocer los protocolos existentes ante un apocalipsis zombi, así como lo leen. La respuesta del Ejecutivo no estaba exenta de ironía al afirmar que “poco se podía hacer llegado ese momento”.
Las preguntas son la debilidad de Mulet. Las prepara como churros, o jeringos, y en la última legislatura del PP llegó a presentar casi 14.000, que se dice pronto, lo que supuso un tercio del total que presentaron todos los senadores de todos los partidos. Ahí está el tío. Después se queja de que hay centenares de ellas que se quedan sin responder, claro, porque con ese aluvión no hay funcionarios suficientes para contestarlas.
Dicen que su especialidad es la denominada memoria histórica, con la que logra titulares fáciles en determinados medios de comunicación, pero su mérito está en otras intervenciones en el Senado, como el día en que subió a la tribuna este castellonense de Compromís ¡hablando en leonés! Pedía que se tradujeran a esta lengua las web oficiales, que estuviera presente en la
programación de la televisión pública y que su estudio se incluyera en el currículo educativo.
Ahora, sin desfallecer, ha propuesto que se prohíba la presencia de sacerdotes en los hospitales porque, dice, “atenta contra la aconfesionalidad del Estado”. Esta petición, que lleva todo el sello de la casa está coja y me duele decirlo. Mulet, que nunca defrauda a la afición, se ha currado poco esta solicitud y se ha lanzado al ruedo a la carrera, de forma precipitada, sin completar la faena para el delirio de su hinchada; vamos, que no se ha arrimado lo suficiente. Si tan preocupado está por la presencia de sacerdotes católicos en los hospitales, tenía que haberle echado lo que hay que tener y pedir también su salida de las prisiones, junto a los pastores evangelistas, los rabinos judíos y los imanes musulmanes que en un plano de igualdad también asisten espiritualmente a los encarcelados. ¿A qué no hay…?
Fuente: https://www.lavozdecordoba.es/